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21.8.09

La muchacha que no pisaba las rayitas de la acera al caminar


Tenía unos ojos que parecían gotitas de miel y unas orejitas que se estiraban hacia las puntas dandole la apariencia de una bellisima elfa; y, aunque cuando caminaba en la pista era la más valiente de todas, cuando las circunstancias le obligaban a caminar en la gris acera, sus mejillas rosadas se volvían azules, sus manitas temblaban y sus pupilas no podían evitar mirar hacia abajo para evitar las temibles y truculentas rayitas.

Estaba segura, casi completamente, casi como estaba segura de que la luna no era de queso (al menos no de queso parmesano) de que al pisarlas se le aparecería el mismo Satán para robarle el collarcito que nunca se quitaba (nisiquiera cuando se lo quitaba). ¿De dónde nació tan patético miedo? No quiero ni averiguarlo. Mirarla mientras salta de baldoza en baldoza haciendo que el viento levante su faldita y mueva su cabellito tan negro es la única alegría que me he permitido robarle a esta esquina.

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