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27.9.09

Como siguen las cosas que no tienen mucho sentido

- Buenas noches, disculpe la interrupción. Vendo galletas, chicles, gomitas... no desea?
- No, muchas gracias.
- Bueno, gracias, hasta luego.

El joven se alejó, y yo aún me aguantaba las ganas de llorar. Tomaba la cucharita, en ella colocaba un bocado del postre dulcísimo que me invitaste, y me lo llevaba sin pausa a la boca. Sabía a fresas, y chocolate, y a algo más que no quizé adivinar. Me divertía ver en el espejo como mis labios se juntaban y se hacían pequeños mientras lo masticaba. Se tornaban rojos. Ver sus detalles me alejaba de ti, de tus palabras: tus amigos, tus clases, tus historias, tus risas. Y Afortunadamente, pues haber seguido atendiéndote me hubiera devastado. Notaste que no estaba contigo, lo notaste mucho antes. Me lo dijiste mientras esperábamos que empezara la película: "Te siento lejana". No era falso.

Durante la madrugada y la mañana de ese día había trabajado mucho, había pensado en mí y en lo que hago... aún más en lo que no. Me había criticado y había sido criticada. Me alentó un amigo, al que le cuento de las cosas que me importan. Esas cosas que no te cuento a ti porque no te interesan, porque encoges los hombros.

Había planeado no verte por la tarde, quería ir sola a ver esa película y luego pasar a clases... y salir muy tarde para no tener tiempo. Pero llamaste y fuimos juntos. Un beso a medias de saludo y vamos pronto que llegamos tarde. Te diste cuenta que no sonreía y que no me colgaba de ti, y que no estaba feliz y te propusiste hacer de juglar para animarme. No resultó, porque no eras tu, no eras sólo tu. Era el mundo. Todo el mundo y cada cosa a mi alrededor, todo me causaba dolor y repudio. Chicas lindas, chicos lindos, animes, y bla bla blá. "Te siento lejana", dijiste. No era falso.

Zeta se llamaba la película francesa. Su trama fue un buen pretexto para hundirme un poco más, para que te vayas más, para irme más. Durante su proyección me mirabas tierno, y me besabas las manos. Yo sólo odiaba todo. Todo, menos los cabellos rojos de la muchacha del frente. Brillaban. Me sonreían.

Al salir, mientras caminábamos, me estrechabas la cintura. Hablabas de lo que no entendiste. Me gustaba pensar que omitías todo lo que quería escuchar. Pero no sólo lo omitías, no lo tenías en los labios y odiaba eso aún más. No podía evitar compararte.

- No quiero ir a clase.
- Te acompaño a casa y luego me voy. Pero antes, quieres algo dulce para que te anime?

El espejo del restaurante era grande, y me gustaba más verte en su reflejo que en ti mismo. Tus ojos reflejaban todas tus dudas, no sabías qué hacer para cambiar ese manojo de pena por tu alegre novia. LLegaste a entender que nada podías hacer y te diste por vencido.

- Te sientes mejor?
- Sí, un poco.
- Para eso son los postres, para que nos hagan sentir mejor.
- De seguro.

Y la noche siguió como siguen las cosas que no tiene mucho sentido.

- Te quiero.
- Yo también.

2 abominables hombres de las nieves:

Anónimo dijo...

Qué maravilloso texto, es buenísimo!. Me ha encantado... un absoluto placer leer tu blog.

Anónimo dijo...

favor que me haces (:

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